Por José El Profe Litvak

La historia del poker está llena de anécdotas, leyendas y curiosidades, algunas divertidas y otras dramáticas. La literatura, la televisión y el cine han contribuido a difundirlas o a crearlas.

Quién no recuerda a personajes tan entrañables como Bat Masterson o Maverick, o a Steve McQueen, en la recordada película The Cincinnati Kid (El rey del juego) o, recientemente, a Leonardo Di Caprio, esquilmando incautos antes de partir en el Titanic.

Infinidad de escenas del Far West americano exponen partidas en bares y saloons, las que generalmente muestran los engaños a que eran sometidos algunos jugadores y, como no podía ser de otra manera, culminaban a los tiros.

Y este retrato no es diferente de lo que ocurría en la realidad. «En el siglo XIX, al Oeste norteamericano, un ámbito de conquista y violencia, llegaron aventureros de toda calaña dispuestos a enriquecerse fácilmente. La fiebre del oro o de la plata fueron momentos idóneos para que gente poco escrupulosa se asentara. Quienes no recurrían al robo directo, revólver en mano, tenían otro método menos arriesgado: el juego y su objetivo: desplumar incautos”.

John Montagu, el conde que no podía parar de jugar ni para comer

Los turbulentos Años Veinte, ley seca mediante, iban a ser un emporio para el juego, pero en el Este de los Estados Unidos: Nueva York, Chicago y Atlantic City.

Las mafias se hicieron dueñas del país, para producir o para importar licores ilegales. El delito se asoció con el juego y con la prostitución. «Grandes recintos lujosos acogían a lo mejor de la sociedad, para dilapidar millones en las mesas. El poker era el gran protagonista, el juego favorito, tanto de los ciudadanos de bien como de los propios gánsters».

El poker no es ajeno al libro de los Récords Guiness, que registra como la partida más larga de la historia una que duró 72 horas, sin pausas, a bordo de un barco, la cual se interrumpió cuando su ganador sufrió un ataque cardíaco en medio de una jugada. No obstante, sus ganancias fueron entregadas, hasta el último centavo, a su desconsolada viuda.

Algo similar sucedió también en los años 50 en Fort WorthTexas, según nos relata Doyle Brunson en el libro 50 Manos Inolvidables en un juego de A to 5 Lowball sin límite. Virgil, empleado de un matadero que venía jugando desde hacía varios días combinando pastillas y whisky, se vio involucrado en un pozo con Doyle y luego de bajar su A 2 3 4 7 para ganarle el monstruoso pozo, cayó muerto sobre las fichas que había empezado a traerse con ambas manos.

El 7 de junio de 2010 Phil Laak lo superó. Jugó durante 115 horas consecutivas con el objetivo de imponer un nuevo récord y así le fue reconocido. Y recientemente un grupo de jugadores de Nueva Zelanda organizaron un torneo benéfico con similar objetivo. Dos participantes se mantuvieron por 117 horas consecutivas. Sin embargo, por razones no muy bien explicadas, no les ha sido aceptado el nuevo récord.

«La más corta de la que se tiene noticia fue la celebrada en el Oeste americano, concretamente en Dodge City, entre dos tahúres que se odiaban profundamente. Duró solamente una mano; al acusar uno al otro de hacer trampas desenfundaron sus pistolas y se dispararon. Ambos murieron instantáneamente».

Y la última curiosidad de las tantas que existen se vincula con John Montagú, IV conde de Sandwich (1718–1792), un aristócrata del siglo XVIII y jugador empedernido.

En 1762, estuvo veinticuatro horas ante una mesa de juego y, para calmar el hambre, sin tener que suspender el juego, se le ocurrió que podía comer con una sola mano y sin ensuciársela, liberando la restante para poder continuar su partida. Para lograrlo, pidió a sus criadas un poco de carne entre dos rebanadas de pan.

Con el tiempo, a este nuevo tentempié se lo bautizó con el nombre de «sandwich», en honor a su inventor. Hoy sigue denominándose así universalmente y se constituyó en una de las formas de alimentación habitual más requerida.

Como puede verse, el poker da para todo.