Inicio > Primero hay que pensar para tomar decisiones

Por José Litvak

El ser humano a toda hora y en cualquier lugar elije. A veces de manera consciente y otras sin siquiera darse cuenta (por ejemplo, cuando se casa). Desde la ropa hasta las inversiones financieras. Desde el peinado hasta la educación de los hijos, nos pasamos la vida seleccionando opciones, decidiendo y trazando caminos.

En el poker, esta actividad casi mecánica puede entrañar la diferencia entre fundirse o hacerse rico. Y esto muestra la importancia que tiene conocer y comprender el funcionamiento de la mente cuando, a la hora de la verdad, debemos delinear estrategias. Cada jugada es una elección compleja entre muchas alternativas posibles, a concretar en un plazo ínfimo y perentorio.

Si se hace el ejercicio de calcular cuántas rondas se juegan en una sesión o en un torneo y se las multiplica por las etapas de apuestas, se apreciará la cantidad de determinaciones que hay que tomar. Y cada una de ellas puede ser crucial o definir el rumbo de la competencia.

Se ha indagado mucho sobre cómo funciona la mente en el deporte y actualmente se define al competidor como un individuo que no espera que las situaciones se le presenten sino que sale a buscarlas, se les anticipa. Un buen jugador “escanea” el campo de juego en busca de información y define cómo utilizarla para lograr sus metas. De tal forma, la buena lectura de las circunstancias se convierte en el pilar para optar por una que, al menos, sea satisfactoria.

La capacidad de utilizar los conocimientos adquiridos para construir estrategias está influenciada por el sentimiento de satisfacción y confianza de cada competidor y acá el aspecto emocional opera como facilitador o como verdugo.

Cómo llegar a la mejor decisión

La mayoría no tiene presente los factores que afectan el proceso de selección de alternativas y, a partir de ello, surgen algunos interrogantes: ¿cómo pensamos y cómo analizamos las opciones?, ¿cómo creamos estrategias?, ¿cuáles son los pasos de ese proceso?

Podemos conocer un poco más de nosotros mismos o de nuestras acciones respondiéndonos otras preguntas. ¿Cuáles son los criterios que utilizamos? ¿A qué le damos prioridad? Hay jugadores que, persiguiendo el sueño de ganar grandes pozos, apuestan fuerte y otros que, ante el más mínimo atisbo de tormenta, foldean y resguardan sus fichas.

¿Nos es más importante ganar la mayor cantidad de juegos posible o la mayor cantidad de dinero? ¿Cuál es nuestra idea de una apuesta alta o de un pozo grande? ¿Qué peso le asignamos a esos criterios? Y, si tenemos que decidir entre sacrificar una de nuestras prioridades, ¿Cuál elegiremos? ¿Cuáles son las alternativas? ¿Cómo evaluamos las que se nos presentan?

¿Solemos descartar cierto tipo de opciones y, en ese caso, por qué? ¿Forma parte de nuestros prejuicios o proviene genuinamente de la experiencia?

A esto podemos agregarle un ejercicio provechoso y, por qué no, entretenido: leernos a nosotros mismos (aunque seamos indescifrables), vernos como lo haría el rival, analizar nuestros patrones de selección, determinar cómo reaccionaríamos ante ciertas jugadas o saber cuáles son nuestras mañas y costumbres.

Ellos lo intentarán permanentemente por lo que, conociendo nuestras debilidades, les complicaremos el trabajo. El primer peldaño para definir resoluciones sobre conflictos implica definir la o las disyuntivas. Luego, debemos reflexionar y comenzar a barajar ideas y posibles caminos a seguir.

Finalmente, convertimos todo este proceso mental en acción: foldeamos, hacemos un raise o pagamos. Hasta el sistema más afinado de pros y contras sería inútil si no hubiéramos imaginado primero las alternativas a evaluar.

En el poker, todo este proceso complejo debe concretarse en segundos. Aquí sí, no hay mucho tiempo para pensar. Por este motivo, a los legos les puede parecer que las decisiones que tomamos son emotivas o instintivas. Si bien es cierto que ello puede ocurrir (depende de cada uno), la premura de la situación no nos convierte necesariamente en irracionales, aunque sí nos habilita a utilizar armas de resolución de conflictos.
Edward de Bono (que la tiene muy clara) dice al respecto: “Aunque no nos guste admitirlo, en última instancia, todas las decisiones se toman emocionalmente. La información y el razonamiento lógico nos colocan en mejor situación para entender nuestras emociones. Por lo tanto, podemos identificar la base emocional de nuestra decisión. Las tres emociones más importantes que, a mi juicio, intervienen en las decisiones, son: el temor, la codicia y la pereza”.

O como bien lo dijo Napoleón… “Hay cuatro cosas que ponen al hombre en acción: Interés, amor, miedo y fe”.

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