Inicio > Reconocer un rival con solo verlo… ¿es posible?

En los tiempos que corren, hay innumerables métodos y formas de abordaje para reconocer y describir la personalidad de un sujeto.

De hecho, cualquiera que haya pretendido conseguir un empleo, ha experimentado baterías de pruebas psicotécnicas pre ocupacionales que, en muy poco tiempo, logran un buen acercamiento a ese cometido.

Sin embargo, la primera vez que le pedimos a un rival someterse a un test psicológico antes de sentarse a jugar, no se mostró muy dispuesto (y hasta nos miró con cara rara). Y, pese a nuestra insistencia, la experiencia ha sido igual en todas las restantes ocasiones, lo que denota una inexplicable e inaceptable falta de colaboración (es más, creemos que es una táctica para escondernos información).

Pero, pobrecitos ellos, no saben que contamos con otras herramientas, como apelar a determinados signos externos y a la mayor o menor habilidad que podamos tener para interpretarlos.

En este caso, nos manejamos con indicios. Pero, que quede claro, este es un acercamiento global y genérico para trazar el perfil de un rival, luego habrá que afinar la percepción respecto de sus actitudes y reacciones particulares y específicas ante situaciones diversas. De eso nos ocuparemos luego y con más detalle en el capítulo “La lectura del oponente”.

La personalidad según la fisonomía

¿Usted cree que el rostro es un espejo de la personalidad?

Al ver a una persona, quién no pensó alguna vez: “¡Ese tipo tiene cara de…!” Entonces, nos preguntamos, ¿la facha nos delata?, ¿eso es así, inexorablemente?

¿Por qué los prototipos actorales tienen que cumplir con el denominado physique du role?, algo así como el aspecto externo apropiado para un personaje (lo que ahora también se conoce como el look) o ¿por qué, aunque no escuchemos una sola palabra, sabemos quiénes son “el bueno y el malo de la película”?

Durante siglos, se ha tratado de desentrañar si existe o no esa correlación entre el rostro y la personalidad.

César Lombroso fue un destacado médico del siglo XIX dedicado al estudio de las enfermedades mentales y su abordaje de las patologías humanas tuvo una evidente y fuerte influencia Darwiniana.

En 1871, un acontecimiento provocó un cambio radical en su vida y, de hecho, en el de la historia de la ciencia. Ocurrió cuando observaba el cráneo de un delincuente famoso y advirtió una serie de anomalías que le hicieron pensar que ciertas deformidades, parecidas a las de ciertas especies animales, eran prototípicas de los delincuentes.

Luego de muchísimas comparaciones, fruto de más de cuatrocientas autopsias y miles de análisis de reos vivos (con vida, no piolas), llegó a la conclusión de que el criminal no es un hombre común si no que, por sus características y rasgos morfológicos y psíquicos, constituye un tipo especial.

Lombroso llegó a otra conclusión más arriesgada aún: el delincuente sería el “eslabón perdido”, un ser que no llegó a evolucionar adecuadamente y que se quedó en una etapa intermedia entre el mono y el hombre (nada más parecido a un poketero).

Como no podía ser de otro modo, sus postulados recibieron muchas críticas, sobre todo por la precariedad del método científico, pero son incontables los deformes que fueron condenados o “están mirando crecerlos rabanitos desde abajo”, sólo por poseer un semblante típico de un jugador de poker.

En conclusión, cada uno podrá darle mayor, menor o ninguna trascendencia a estos indicadores pero, aunque no sea muy académico, el saber popular dice que: “la cara es el reflejo del alma”.

Hoy no puede sostenerse como una verdad científica que las facciones del rostro develen la personalidad pero, créase o no, dan indicios.

La psicofisiognomia, por ejemplo, es una técnica que estudia a los individuos, su personalidad y su comportamiento, a partir de las huellas de los ojos, la boca, nariz, mentón, orejas y otras áreas que se analizan en relación a tamaños, formas y longitudes, y sostiene que, con ese dato, puede predecirse cuando es más racional o más emocional, su instinto, sus fortalezas y sus vulnerabilidades.

Según esta disciplina, mirando la cara de una persona se encuentra su tendencia a actuar más conectado con sus sentimientos, sus necesidades, o a sus ideas y pensamientos.

Los que creen en ella, sostienen que es una técnica útil tanto para el autoconocimiento como para abordar a los demás.

Mucha gente dice que nunca se llega a conocer a las personas por más tiempo que pase. Otros, por el contrario, afirman que cuando se lo consigue, se descubre que son tal y como se muestran.

Los engaños siempre son autoengaños, nadie engaña a nadie. Las personas se aferran a su versión aceptable de la realidad y es irrefutable que nadie puede ocultar nada por mucho tiempo.

De una manera u otra, las personas revelan continuamente su mundo interior y sus intenciones. Aunque, para que alguien deje de auto engañarse, normalmente, debe pasar mucho tiempo.

Moraleja: si en la mesa entra un tipo feo, petiso y orejudo, levántese.

Si no le gana, lo mata.

Extracto de “Mente, Psicología y Cuerpo” de José Litvak, escrito en coautoría con especialistas argentinos en los campos de referencia.

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